Fin de semana intensivo

Vuelvo a mi pequeña casa, revuelta y desordenada, triste y desolada.

Me hubiera gustado quedame en un limbo personal entre mi casa de adopción y mi casa, entre la realidad cruel y su aroma, porque no podía pasar ni un minuto más oliéndole.

Cada esquina, cada sombra, cada rincón oscuro me recuerda todas las veces que hemos acabado en una esquina oscura realizando actos oscuros.

Que hay que hacer para que se acuerde de traerme desde el coche la crema del cuello, no tener ningún tipo de contacto físico con él en un mínimo de dos meses. Pero que es lo que hay que hacer para que me tenga el respeto que me merezco después de estar currando 13 horas sólo para ayudar. Pues de eso no tengo ni puta idea.

Solo sé que ha habido ratos en los que íbamos los tres en fila camindando hacia la casa que hemos construidos juntos y parecíamos los de antes, pero sólo lo parecíamos.

Ni café, ni cerveza con el pequeño Buda. Aislamiento social.

Ni le quieren, ni se lo merecen, ni le entienden.

Así que me he puesto la película que se que le encanta a uno de los dos para por lo menos llorar tranquila. Que era lo que necesitaba.

¿Esto es fustigarme? No lo sé, vamos no. Como si no fuera bastante duro enfrentarme a la realidad diaria que me ha hecho tener que apartarlo de mi vida, como para tener que dejar también todo lo que me hace feliz.

La convivencia ha sido demasiado, como era obvio que iba a pasar, demasiado para mi.