Me miro en el espejo y veo una figura desfigurada que dice ser yo pero en la que no me reconozco ni a mí ni a me ni a conmigo.
Amorfo. Un reflejo raro y extraño. Abstracto. Reflejo que, por lo menos para mí, es imposible de descifrar.
Me dicen que me meta en una urna de cristal traslúcido, para que resbale lo malo y penetre lo bueno. Pero yo entro en esa urna y sólo veo mil reflejos amorfos de un no-yo. Reflejos que atormentan. Reflejos que veo aunque cierre los ojos.
Intento dibujar en mi mente mi yo anterior, la yo que era antes, mucho antes, antes incluso de ese mucho. Pruebo a reproducirlo en mi mente pero no lo consigo. Lo más curioso fue descubrir que lo que distorsionaba mi imagen era una capa de agua, un agua con un sabor familiar, el agua de unas lágrimas sin sentido.
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