Hoy lo he decidido. Voy a ser lo que la gente quiera que sea. Sí, sí, sí. Supongo que será lo más fácil. En el trabajo me meteré con los gays y los inmigrantes y no haré más que lo básico en mi trabajo, nunca más que lo estrictamente necesario.
Sí, sí, sí, eso voy a hacer.
Me haré la estrecha y contestaré mal a los tíos que me entren, y más aún si me gustan claro; no me los tiraré la primera noche que me enrolle con ellos y cuando me manden un mensaje para quedar les diré que no puedo, que no sé cuando podré; en vez de enviar mensajes claros y fáciles de entender en relación con conversaciones sinceras y fácilmente entendibles que han sido tenidas con anterioridad con el susodicho.
Me vestiré con faldas más largas y menos escotes. Me maquillaré hasta para bajar a comprar el pan. Iré al gimnasio con los cordones de las zapatillas del mismo color que la goma de pelo. Escucharé pop blando con letras insulsas e indiferentes y, por supuesto, no iré cantando por la calle.
Dejaré de verle, de oírle, de quedar con él y de hablar de él; para que todas mis estrellas descansen que casi lo necesitan más que yo.
Lloraré por las esquinas que quiero un novio formal y para encontrarlo, esconderé y ocultaré como si me avergonzara de ello, que escribo un blog erótico y relatos del mismo estilo y, más por supuesto todavía, que tengo otros amantes. Dejaré de decir que quiero una pareja abierta y seré infiel como el 80% de la población.
Quizás si hago lo que la sociedad espera de mi, me trate un poco mejor.
Porque la excepcionalidad se paga...... y cada día más caro.
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