Con los brazos de la mala hostia y la abstinencia sexual que aún abarcan mi mente, mi cuerpo y, sobre todo mi coño, lo pensado mejor y desateré las serpientes de la rabia y la indignación.
El paraiso es no tener que reprochar.
El miedo es un ladrón al que no guardo rencor.
Y el dolor es algo inevitable.
En la piel de una bota, mis alas volvieron rotas.
Y entro otras cosas ya no escribo con tintas de luz.
El paraiso se ve en el infierno, y luego se quema.
Sin que nadie se mueva, ¿quién lo evita?
Gestado en mi mente, de transición cansada
el disparete del caos y del mundo que se vuelve loco, me derrotó con gestos surrealistas.
En la piel de una bota, mis alas volvieron rotas.
Y entro otras cosas ya no escribo con tintas de luz.
El paraiso se ve en el infierno, y luego se quema.
Sin que nadie se mueva, ¿quién lo evita?
3 comentarios:
El paraiso se ve en el infierno porque son los dos la misma cosa, los dos reversos de una misma moneda.
Por eso hay que aprender a andar en los dos sin alterarse demasiado.
El paraiso es un jardín que, de vez en cuando, florece en mi pecho.
El infierno, en el infierno he estado en tantas ocasiones en mis viajes, que sólo es un horizonte que, a veces, adorna el paisaje.
Que suerte tienes vagamundos, que de vez en cuando florece el paraiso en tu pecho.
Y florece con tanta intensidad que los pétalos me hacen cosquillas en los pulmones y me hacen toser.
Algunas margaritas, que como sabemos son las flores más aventureras, extienden su tallo y me asoman por la boca y las orejas.
Entonces estoy pletórico, en la cima de la colina de mis sueños.
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