Niebla

Al principio todo se cubrió de niebla, gris y espesa, muy espesa. Salió de la nada, esa niebla, esa maldita niebla que hacía que sobre mis mejillas sonrojadas por culpa del frío que aparecido de repente, caerán pequeñas gotas de niebla condensada en formas de lágrimas.
Andar entre ella es muy difícil, peligroso incluso. ¿Cómo sabes donde has de echar el pie? ¿Cómo sabes que justo en ese pequeño fragmento de tierra donde vas a apoyar todo tu peso, donde vas a echar la poca fuerza que te queda, no va a haber un agujero inmenso, sin fondo? ¿Cómo puedes saberlo? No hay forma, es… imposible ver nada. Cuesta hasta quedarse en el sitio, rodeado por una niebla tan espesa que parece que sube a tus hombros para hacer que aún tengas que cargar con más peso.
¿Y cuál es el camino? ¿Cómo puedes salir de ahí? ¿Cómo puedes encontrarte de nuevo?
Volviendo por donde has venido. Dando la vuelta sobre tus pasos y recorriendo el sendero ya recorrido, poniendo los pies en los mismos sitios y realizando los mismos errores… ¿Es esa la forma de salir? ¿La correcta? ¿La única?
No, pero es la más fácil, la más sencilla, la menos dolorosa. Pero no es el camino, no es la solución, no es la respuesta. Hay que enfrentarse a ella, recabar toda la fuerza de donde sea necesario y echarse a andar hacia donde sea necesario. A ciegas sí, despacio, por supuesto, pero avanzando. Si encuentras un agujero siempre hay alguien dispuesto a lanzar una cuerda para sacarte. Y si tienes suerte, como yo la tengo, tus estrellas, las de siempre, las que no fallan nunca, harán lo imposible para dejarse ver entre la niebla, brillarán tanto y tan fuerte, que las podrás ver entre la espesa niebla y te marcarán el verdadero camino.

El dolor pasará... poco a poco...